LA BLANQUEADA
El viejo Tucho antes de todo se fumó un "pucho"se acomodó en su sillón de madera, ese que había heredado de su abuelo. A su lado, la radio, una reliquia de perillas gastadas, zumbaba con la voz del relator. La tarde era de esas que te calan los huesos, pero el calor del hogar de Tucho era el calor de una pasión que ardía desde mucho antes de que él tuviera uso de razón: la pasión por el Club Nacional de Football.En la calle, ya se oía el murmullo, el eco de los bombos. Era el día. El barrio entero se transformaba. Los banderines tricolores, que salían de todos lados como si fueran tesoros, adornaban las ventanas y balcones. La gente, de todas las edades, se vestía de azul, rojo y blanco. Los niños, con la camiseta que les quedaba grande, jugaban a ser el gol soñado que los inmortalizara.Tucho cerró los ojos y se transportó. No estaba en su sala, sino en la Abdón Porte, rodeado de miles de almas que vibraban al mismo compás. Sentía el olor a choripán, el vaho de la multitud, el temblor del cemento cuando la hinchada cantaba. Recordaba la primera vez que su padre lo llevó, de la mano, a ver al Bolso. Le había dicho: "Hijo, esta no es una pasión, es un sentimiento que se lleva en la sangre". Y así era...afuera, la caravana de almas, con banderas al viento, pasaba a paso de hombre. Los gritos de "¡Nacional, Nacional!" se mezclaban con las bocinas y el redoblar de los tambores. Cada hincha, desde el más pequeño al más anciano, llevaba en el pecho el escudo y en el corazón la esperanza. La esperanza de un triunfo que no era solo de 90 minutos, sino de toda una vida. La esperanza de poder gritar un gol con el alma, de poder abrazar al desconocido de al lado y sentir que, por ese instante, eran hermanos.El partido empezó y Tucho subió el volumen. Las palabras del relator eran música para sus oídos. Cada pase, cada atajada, cada falta, era un latido en su corazón. Y cuando el gol llegó, ese grito de gol que se escuchó desde el Parque Central hasta el último rincón del país, Tucho se levantó del sillón con la agilidad de un pibe. Abrió la ventana y se unió al coro de alegría que venía de la calle...le había dado resultado su cabala.
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