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La sombra de Alejandro tenía una vida propia. No era la sombra que se pegaba a sus talones cuando el sol estaba en lo alto, ni la que se estiraba y deformaba al atardecer. Era la que habitaba en su interior, un eco silencioso de sus miedos, sus anhelos más profundos y, sobre todo, su desesperado anhelo de libertad...​esa sombra tenía un solo propósito: escapar. Observaba cómo Alejandro vivía su vida, atado a rutinas, a deudas, a la mirada de los demás. Lo veía reír, trabajar, amar, y en cada uno de esos actos, la sombra sentía la opresión. Se sentía encerrada en la prisión del cuerpo de Alejandro, en su mente, en la jaula de sus decisiones.​Una noche de luna llena, la sombra se hartó. Con la fuerza de una tormenta contenida, se desprendió del "Ale" Se sintió ligera, etérea, como un trozo de noche flotando en el aire. Por fin, era libre.​La sombra se lanzó a la aventura. Atravesó campos y ciudades, se coló por ventanas abiertas, se acurrucó bajo árboles centenarios. No tenía responsabilidades, no tenía un nombre, no tenía un destino. Era pura existencia, pura libertad.​Pero algo extraño empezó a suceder. Al principio, era una sensación sutil, un leve tirón. Luego, se hizo más evidente. Sentía la presencia de otras sombras, sombras de árboles, de casas, de personas. Se sentía parte de un todo, un lienzo gigante y oscuro en el que todas las sombras estaban entrelazadas...​una noche, mientras se deslizaba por un callejón, vio una sombra a lo lejos. Era una sombra solitaria, que se movía con una gracilidad inusual. La siguió, intrigada. La sombra la llevó a un viejo cementerio. Allí, la vio deslizarse sobre una lápida, deteniéndose en una de las inscripciones.​La sombra se acercó. La lápida pertenecía a un hombre que había muerto joven, un poeta que había escrito sobre la libertad. Y entonces, lo entendió. Esa sombra no era una sombra cualquiera, era la sombra de la libertad misma, la sombra del anhelo que había habitado el corazón de aquel poeta.​La sombra del "Ale" y la sombra de la libertad se miraron. En ese instante, una extraña comunicación se estableció entre ellas. La sombra de la libertad le mostró sus propias cadenas. Le mostró cómo estaba atada a los corazones de los hombres, cómo su existencia dependía de que alguien la buscara, la anhelara. Le mostró que no era un concepto, sino una necesidad, una sed que nunca se saciaba.​..fue entonces cuando la sombra de Alejandro comprendió. Su propia búsqueda de libertad era, en sí misma, su mayor atadura. No se había liberado de Alejandro, se había liberado de la idea de que la libertad era algo que se podía poseer.​Se dieron cuenta de que ninguno de los dos era completamente libre. La sombra del "Ale" estaba ligada a su origen, a la memoria de la vida que había dejado atrás. La sombra de la libertad, a su vez, estaba atada a la eterna búsqueda de la humanidad.​..en ese momento, las dos sombras se unieron. No se fusionaron, sino que danzaron juntas, una al lado de la otra. Y en ese baile, la sombra de Alejandro sintió por primera vez la verdadera libertad. No era una ausencia de ataduras, sino la aceptación de que la existencia es un tejido complejo de conexiones, de responsabilidades y de sueños...y así, la sombra, ahora unida a la sombra de la libertad, continuó su camino. De vez en cuando, volvía a pasar por la casa de Alejandro y lo veía. Y más de una vez, desde la lejanía de su nuevo ser, veía un atisbo del "Ale" sonriendo solo, riendo sin razón aparente, un destello de pura alegría que no pertenecía a nadie, porque la verdadera alegría, al igual que la libertad, no se posee, simplemente se es.

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