entre bombitas y bomberos
Una espesa y negra columna de humo se elevaba hacia el cielo, un terrible presagio que solo Sebastián, el ciego, pudo oler. Su olfato, agudizado por la falta de vista, percibió el olor acre a madera quemada antes que sus otros dos amigos. Sus manos, expertas y sensibles, se movieron rápidamente, buscando el hombro de Mateo, el sordo. Mateo, absorto en la meticulosa reparación de una pequeña figura de madera, no notó nada hasta que Sebastián, desesperado, golpeó su espalda.Mateo se giró, su rostro un signo de interrogación. Sebastián, con el pánico reflejado en su rostro, señaló el aire con movimientos frenéticos. Era inútil, el sordo no podía ver lo que él no veía. Buscó a su tercer amigo, Lucas, el mudo, que estaba intentando arreglar una canilla rota de la que salía un chorrito de agua débil. Lucas, al ver la desesperación de sus amigos, se levantó con las manos sucias de "sella rosca" y se acercó.El trío estaba atrapado en un caótico baile de malentendidos. Sebastián, el ciego, trataba de describir el incendio con sus manos, dibujando en el aire las llamas que no podía ver. Lucas, el mudo, intentaba gritar, pero de su garganta no salía más que un gruñido ahogado. Y Mateo, el sordo, miraba la escena, sin entender el terrible peligro que se cernía sobre ellos.Fue entonces cuando la primera chispa saltó. Cayó sobre un montón de hojas secas, y la pequeña llama se hizo grande. Los tres, a pesar de sus limitaciones, entendieron el peligro que se acercaba. Una peligrosa combinación de ruidos y movimientos se inició. Lucas, desesperado, señaló la canilla rota. Los ojos de Mateo se iluminaron al entender la idea de su amigo. Mientras tanto, Sebastián, el ciego, con la nariz arrugada, se movía entre los dos, guiado por el olor del humo.El plan era sencillo, pero casi imposible de realizar. Lucas sacó de su bolsillo una bolsa con globos pequeños y se los dio a Mateo. Mateo, con la ayuda de sus grandes y fuertes manos, los llenaba con el chorrito de agua que salía de la canilla rota. Sebastián, el ciego, se encargaba de atar los globos, una tarea que realizaba con una sorprendente velocidad. El trabajo en equipo era fundamental...con la bolsa llena de "bombas de agua", se acercaron al fuego. El calor era intenso, casi insoportable, pero no se rindieron. Uno a uno, lanzaban los globos. El sonido de los globos explotando contra las llamas, era como una sinfonía caótica pero llena de esperanza. La columna de humo, que antes parecía impenetrable, comenzó a disiparse. Los tres se miraron, sonriendo, con la ropa y el rostro llenos de ceniza. Habían logrado lo IMPOSIBLE...GRACIAS A UNA VECINA QUE LLAMÓ A LOS BOMBEROS.
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