soñando aguas y árboles
Un hermoso bosque se alzaba cerca de la costa uruguaya...digamos que límite con el departamento de Maldonado donde añosos árboles con raíces profundas y copas danzantes albergaban una rica vida. Sus hojas susurraban historias tenebrosas y otras más que hermosas y no les gustaba el fuego,porque por lógica los incendiaba...amaban el mar que a menudo traía la salinidad del cercano océano Atlántico. Bajo las olas, no muy lejos de allí, un vibrante arrecife de coral bullía de color y movimiento. Anémonas danzaban, peces de todas las formas y tamaños se deslizaban entre las ramas pétreas de los corales, y diminutos crustáceos encontraban refugio en sus huecos.
Era famosa la garza bruja que andaba sin brújula y no entendía de coordenadas...
eso ni la mareaba y siempre escuchaba el silbido del Benteveo para orientarse...
Un viejo roble, el más sabio del bosque, sentía una curiosidad profunda por el mar. Escuchaba atentamente el romper de las olas y anhelaba conocer el mundo sumergido del que a veces le llegaban ecos en forma de caracoles arrastrados por la marea. En el arrecife, un coral cerebro de gran tamaño, testigo de innumerables ciclos de la luna, sentía la influencia lejana del bosque en la calidad del agua y en las pequeñas hojas que ocasionalmente llegaban flotando hasta sus pólipos...cómo los que nos salen en la vesícula.
Un día, una fuerte tormenta azotó la costa. El viento rugió con furia, y la lluvia cayó torrencialmente, hinchando los arroyos que desembocaban en el mar. El viejo roble, aferrado con firmeza a la tierra, sintió cómo algunas de sus hojas y pequeñas ramas eran arrancadas por la fuerza del vendaval y arrastradas hacia las olas embravecidas.
En el arrecife, la tormenta también se hacía sentir. Las corrientes se volvieron turbulentas, levantando arena y enturbiando las aguas cristalinas...yo fui testigo de todo en sueño que a mí modo no era más que realidad.El coral cerebro, por cerebral,acostumbrado a la calma, resistía con paciencia el embate de las olas. Fue entonces cuando una pequeña rama, desprendida del viejo roble, llegó flotando hasta él.
Los pólipos del coral, sensibles a las nuevas texturas, exploraron la rama. Sintieron la rugosidad de su corteza, diferente a la suavidad de las algas o la dureza de otros corales. Intrigado, el coral mantuvo la rama cerca.
Con el paso de los días, la tormenta amainó. Las aguas volvieron a calmarse, y la pequeña rama se convirtió en un punto de encuentro entre los dos mundos. Pequeños peces curiosos se acercaban a investigar, y los pólipos del coral parecían encontrar un nuevo hogar en su superficie.
A través de la rama, el viejo roble comenzó a comprender la dinámica del océano, las mareas, las corrientes y la vida que florecía bajo la superficie. El coral inquieto por aprender no quería despertarme, a su vez, experimentó la resistencia y la quietud de la madera, algo tan diferente a su propia existencia sésil y a la constante danza del arrecife...yo continuaba en mi expedición por aprender palabras en diccionarios y Google,viejos libros ya leídos y el lenguaje universal...
Otros árboles del bosque se percataron de las hojas y ramas que el mar se llevaba y, a veces, devolvía cubiertas de extrañas incrustaciones marinas. Los corales del arrecife notaron la llegada de estos trozos de tierra firme, diferentes a todo lo que conocían.
Fue así como, poco a poco, se estableció una silenciosa comunicación entre el bosque y el arrecife. Las corrientes marinas actuaban como mensajeras, llevando fragmentos de un mundo al otro. Las hojas secas se depositaban suavemente sobre los corales, proporcionando refugio a diminutas criaturas, y las pequeñas algas que crecían en las ramas flotantes eran una nueva fuente de alimento para algunos peces...a mí me gustaba la roca,la gaviota y el Sauce llorón.
El viejo roble aprendió sobre la importancia de la luz para el crecimiento del coral y sobre la delicada red de vida que sostenía el arrecife. El coral comprendió la paciencia y la longevidad de los árboles, su papel en la protección de la tierra y la forma en que sus raíces se aferraban al suelo.
Aunque nunca pudieron verse directamente, el bosque y el arrecife desarrollaron un profundo respeto mutuo. Comprendieron que, a pesar de sus diferencias, ambos eran ecosistemas vitales, interconectados por el ciclo del agua y el aliento del planeta. Su amistad silenciosa, tejida a través de las corrientes del océano, demostró que la conexión y el aprendizaje pueden florecer incluso entre los mundos más aparentemente distintos. Y así, el bosque siguió susurrando al viento marino, y el arrecife continuó vibrando bajo las olas, sabiendo que al otro lado de la costa, existía un amigo silencioso y sabio.
Y yo desperté para orinar, por supuesto detrás de un árbol...y pasó una pececita que me dijo de todo...y eso que tengo pudor.
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