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mate y amargo...lavado también.

En una cocina de Montevideo, en la penumbra del anochecer, vivían tres  inseparables: Bombilla; Yerba y Mate. Cada uno tenía un sueño secreto, una aspiración que guardaban celosamente en lo más profundo de su ser.
Bombilla, era "pilla"y su pico filtrador pasaba en las bocas... anhelaba la aventura. Quería recorrer el mundo, conocer nuevos sabores y escuchar historias de tierras lejanas. "Estoy hecha para más que solo sorber", suspiraba a veces, observando los azulejos rotos de la cocina.
Yerba, por su parte, era una criatura de profunda sabiduría. Había absorbido el sol y la lluvia de la tierra colorada, y su deseo era compartir su conocimiento, infundir calma y energía en quienes la probaran. Soñaba con ser el bálsamo en un día agotador, la chispa en una conversación...y dejarte lleno de energía pero sin bajón de falopa y mateina.
Mate, el más grande en edad y silencioso de los tres, deseaba la unión. Su sueño era ser el centro de reuniones, el catalizador de risas y confidencias y llantos que se limpian solos dentro de la oscuridad. Anhelaba la calidez de unas manos que lo sostuvieran, el eco de voces que lo rodearan.
Una tarde, el Sol se ocultaba y una joven estudiante, que ya no quería estudiar entró a la cocina, con el ceño fruncido por el cansancio de un largo día de estudio. Necesitaba un empujón para seguir con sus apuntes. Sus ojos se posaron en nuestros tres amigos.
Con movimientos expertos, ella tomó a Mate, lo llenó con la Yerba y luego introdujo la Bombilla. En ese instante, una magia sutil se desató. Al verter el agua caliente, Yerba liberó su esencia, un aroma reconfortante que llenó la cocina. Bombilla, al sentir el líquido pasar a través de ella, vibró con una energía desconocida, filtrando cada sorbo con precisión. Y Mate, al ser sostenido por esta peculiar y desconocida hasta para ella jovencita que sintió la calidez de sus manos y el murmullo de sus pensamientos.
Cada sorbo que tomaba era un viaje. La Bombilla la llevaba a través de la amargura inicial y la dulzura posterior, como si le contara historias de contrastes. La Yerba, con cada infusión, le susurraba secretos de concentración y perseverancia. Y Mate, al pasar de mano en mano entre ella y su compañero pensamiento que llegó más tarde, se convirtió en el testigo silencioso de ideas compartidas y el puente de una amistad creciente.
Aquella noche, los tres  más ella y pensar comprendieron que sus sueños individuales no eran excluyentes, sino complementarios. Bombilla se dio cuenta de que su aventura era la de cada sorbo, llevando un universo de sensaciones. Yerba comprendió que su sabiduría se manifestaba en cada momento de claridad que ofrecía. Y Mate, el más feliz de todos, supo que su unión se lograba cada vez que era compartido, que era un lazo que se fortalecía.
Desde entonces, en esa cocina de Montevideo, Bombilla, Yerba y Mate siguieron cumpliendo sus sueños, una y otra vez, en cada cebada, en cada amanecer y en cada atardecer. Demostrando que la verdadera magia no reside en la individualidad ni en el tumulto  sino en la perfecta armonía de estar juntos.


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